Evaluar implica recoger información y usarla para tomar decisiones y
resolver problemas
Un hecho puesto de manifestación por la
historia de la Psicología y sobre el que probablemente existe acuerdo general
entre los expertos de nuestra disciplina es que la “evaluación psicológica”, en
práctica, es ante todo una “actividad” de recogida, análisis, valoración y uso
de la información para resolver de forma eficaz problemas relacionados con el
comportamiento humano de sujetos individuales o de grupos concretos,
individualizados. Es, pues, una actividad orientada a objetos (Silva, 1982),
una actividad de solución de problemas. Tanto el psicológico que trata de
esclarecer las razones del bajo rendimiento de un sujeto con el fin de ayudar a
mejorar, como el que trata de determinar qué persona posee las mejores
cualidades para un puesto de trabajo, el que desea saber en qué tipo de
categoría diagnostica cabe ubicar a un sujeto, el que desea conocer qué
condiciones contextuales están obstaculizando la motivación y el interés de los
alumnos de una clase por aprender, el que analiza la interacción entre los
factores humanos y valorar de qué modo una programa de intervención dirigido a
un sujeto o a un colectivo afecta al comportamiento y a los efectos del mismo
–situaciones que construyen algunos ejemplos de contextos y objetivos en
relación con los que se realizan procesos de evaluación psicológica-, tienen de
común que tratan de resolver problemas relacionados con el comportamiento
humano y sus determinados y que, realizan el tipo de actividad mencionada.
Existen diferentes modos de proceder al
evaluar
Sin embargo, es un hecho fácilmente
constatable que el tipo de información que se recoge, los modos en que analizan
y valora y el uso de la misma que se realiza frente a cada tipo de problema e
incluso frente a un mismo tipo de problema son diferentes. Por ejemplo, si una
persona acude a un psicólogo en busca de ayuda señalando inicialmente que se
siente angustiado por todo y que le gustaría cambiar todo de forma de vida
rompiendo con el entorno social en que se mueve pero no se atreve, puede ser
evaluada y tratada de distintos modos. Un psicólogo puede preguntarse cuál es
el origen de la angustia que hace sentir mal a esta persona y tratar de ahondar
en su pasado para averiguar que experiencias son las responsables de su modo de
reaccionar afectivamente ante situaciones capaces de evocar la angustia que
causa el problema. Otro psicólogo, sin embargo, puede pensar que posiblemente
existe una incongruencia entre lo que la persona desea, por un lado, y el modo
en que actúa habitualmente, por otro, y que lo importante es facilitar la toma
de conciencia para que ella misma decida qué hacer, por otro, y que importante
es facilitarle la toma de conciencia para que ella misma decida qué hacer, por
lo que no sería precisa una evaluación previa a la terapia, sino detectar
durante esta los elementos de la contradicción e írselos devolviendo en forma
de ecos o reflejos al paciente para que puede ver con claridad y decidir.
Finalmente, otro psicólogo puede intentar identificar las situaciones
especificas y los modos de pensar frente a la mismas que desencadenan la
respuesta de ansiedad, los modos en que trata de evitar esta sensación, las
consecuencias positivas y negativas que acompañan a sus modos de afrontar el
problema, las consecuencias positivas y negativas que anticipan que puede tener
el hecho de romper con el entorno y que hacen difícil que puede tomar una
decisión a partir del modelo resultante como actuar, enseñando al sujeto modos de manejar
distintos elementos del problema para poder ayudarle a cambiar. Y lo mismo que
hay modos diferentes para afrontar los problemas de evaluación en relación con
los problemas clínicos, también los hay cuando el objetivo es, por ejemplo,
seleccionar una persona para un puesto de trabajo o aconsejar a un profesor o a
unos padres que pueden hacer para ayudar a un niño a superar sus dificultades
escolares. El hecho de que un mismo problema pueda encararse de distintos modos
plantea algunas cuestiones cuya respuesta puede ayudarnos a entender a la
naturaleza de la evaluación psicológica.
Las diferencias en los modos de proceder al
evaluar se deben a distintos factores.
Hemos señalado
que la evaluación psicológica puede considerarse como una actividad de solución
de problemas, solución que implica la consecución de objetivos específicos diferentes
según el tipo de problema. Como toda actividad de solución, parte de una
información, de unos datos o de una demanda, que influyen en la representación,
sin embargo, no depende solo de la información inicial, de los datos; no es una
representación construida sólo “de abajo hacia arriba”. La actividad evaluadora
sigue un proceso en el que los primero datos “activan” esquemas, modelos, ideas
previos, como en el ejemplo anteriormente descrito, en que cada psicólogo afrontaba
el problema desde supuestos o modelos diferentes. Tales esquemas, modelos o
ideas, si bien pueden servir para ir organizando la información y tomando
decisiones con vistas a la solución del problema, también pueden sesgar la forma de entenderlo, y en consecuencia alterando la
forma de proceder con vistas a su solución, impidiendo que esta consiga con la
mayor eficacia proceder con vistas a su solución, impidiendo que esta se consiga
con la mayor eficacia posible.
Por otra
parte, el psicólogo que va construyendo una presentación del problema y de los
objetivos a conseguir apoyándose en los modelos del comportamiento humano que
posee, va tomando decisiones sobre qué información buscar, cómo recogerla con
qué medios, en qué contextos, con que estrategias, etc., proceso en el que le guían
por una parte, la idea que se va formando del problema y de los objetivos a conseguir
y por otra, sus conocimientos sobre lo que constituye el modo más adecuado de
proceder y sobre lo que es posible hacer en la práctica en el caso particular
que tiene delante. Estas decisiones, que articulan y vertebran el proceso
evaluador, pueden contribuir de forma eficaz a que el problema se resuelva o,
por el contrario, pueden obstaculizar el logro de la solución, pues no todos
los modelos sobre cómo proceder sobre las estrategias a seguir al realizar la evaluación,
sobre las técnicas a utilizar, sobre el uso a dar a la información y sobre el
modo de comunicar sus ideas y conclusiones para conseguir los objetivos perseguidos
ofrecen las mismas garantías. En consecuencia, parece necesario que el
evaluador parta de modelos sobre cómo proceder en cada caso que ofrezca el máximo
de garantías razonablemente posible.