El interés por analizar, predecir y explicar la conducta humana es,
probablemente, tan antiguo como el hombre mismo. Civilizaciones primitivas nos
han dejado muestras de ellos: Sumerios, babilónicos, egipcios, griegos, todos
ellos elebaoraron técnicas, a veces rudimentarias, a veces más depuradas, para
conseguir estos objetivos evaluadores. La hepatoscopia, la quiromancia, la
astrología, la humorologia, son ejemplos de estas técnicas antecesoras de lo
que hoy denominamos “evaluación psicológica”.
Ya en la antigüedad se empezaba a vislumbrar el dilema que continúa vigente
hoy en dia cuando intentamos analizar la conducta humana con finalidades
predictivas, explicativas o modificadoras: ¿qué o quién determina la conducta,
quién la controla? Para algunos autores la causa estaba en el exterior del
organismo. Ejemplo paradigmático de esta creencia es la astrología. Que sostiene que la
disposición de los astros en el momento del nacimiento determina y explica buena
parte de nuestro comportamiento actual y futuro. Otros pensadores, por el
contrario, situaban el origen del comportamiento en el propio individuo, como
los humorologos, para quienes la composición o predominancia de ciertos fluidos
corporales podía determinar ciertos tipos de comportamiento.
En todo caso, ya sea endógena o exógena la base del comportamiento, puede
verse que todas estas fuentes antiguas abogaban por el determinismo de la
conducta: una serie de factores ajenos a la voluntad del ser humano le están
marcando su presente y su futuro. De hecho, puede considerarse que estas
creencias ancestrales son un reflejo de la creencia fuertemente arraigada en el
ser humano de que nuestra vida esta pre-escrita en algún texto oculto,
elaborado por algún enigmático escritor. Conocerla de antemano es una de
nuestras metas más preciadas de ello es el resurgir con fuerza de adivinos,
videntes, tarotistas y mediadores. Las cosas, en ciertos aspectos, no han
cambiado excesivamente hoy en día si las comparamos con la antigüedad. Los
grandes paradigmas explicativos de la conducta humana pueden reducirse
prácticamente a dos: aquellos que enfatizan el ambiente como factor
determinante de la conducta y aquellos otros que hacen hincapié en variables
del propio organismo, genéticas o constitucionales. En ambos hay implícito
cierto determinismo, ya que la persona, por el momento, no puede elegir sus
genes y, excepto ocasiones las fuerzas del entorno se le imponen. Con todo, a
diferencia de las creencias míticas antes esbozadas, hoy día la tendencia es
conceder al ser humano un mayor poder de autorregulación y cambio de su propia conducta.
El tema que nos ocupa a nosotros como psicólogos es más complejo de lo que
pudiera parecer a primera vista, justamente por estas distintas concepciones
que existen sobre la persona y sus acciones. Si bien todo psicólogo estaría de
acuerdo en aceptar que el objetivo de la evaluación psicológica es el análisis del comportamiento humano que
se da en un contexto determinado, la controversia aparece cuando se intentan
aislar las variables que controlan o elicitan dicho comportamiento,
cristalizando en diferentes escuelas, modelos o paradigmas que enfatizan
ciertos aspectos sobre otros.
Así pues, lo que caracteriza el “análisis del comportamiento humano” es
precisamente su multidimensionalidad (lo
cual genera una “tarea de encrucijada”). En efecto, la tarea fundamental de
nuestra disciplina consiste en la integración simultánea de numerosos datos de
índole diversa, provenientes de distintas áreas de la psicología e, incluso, de
otros ámbitos de las ciencias sociales. Los ejes referenciales que pueden
definir a un sujeto, o a su conducta, en un momento dado son numerosos; por
ejemplo, puede definirse en función de su grado y adecuación de desarrollo; en
base a sus características neuropsicologícas; en relación a su desempeño
académicos; según su nivel de adaptación personal y social, etc. De hecho, la
lista podría ser interminable, pero todas estas coordenadas definen a un sujeto
en un momento y situación dados. En este sentido la evaluación psicológica es
una “materia de encrucijada” que, al
igual que otras ciencias, precisa de un bagaje de conocimientos
pluridisciplinar. A primera vista puede `parecer que todos estos ejes son
igualmente relevantes para ubicar adecuadamente a cada sujeto, grupo, conducta
o ambiente, pero en la práctica no es así. Anteriormente hemos insinuado que en
parte, la dificultad para hallar definición única de evaluación psicológica
proviene del énfasis que puede darse a diversos aspectos, en función de los
objetivos de medida y de las opciones teóricas asumidas.
Es justamente la pluridisciplinariedad, necesaria para atender y relacionar entre si la
multiplicidad de ejes de referencia que conforman un determinado
comportamiento, lo que convierte a la evaluación psicológica en una disciplina
de gran riqueza y de fuertes discrepancias, según se haga recaer el acento de
análisis de uno u otro de estos ejes de detrimento de los demás. En la práctica
no parece posible una evaluación que los atienda a todos y, en muchos casos, la
afiliación teórica del psicólogo evaluador limita a priori las variables que selección
y las que obvia como irrelevantes, lo que en ocasiones puede empobrecer la
evaluación.
En consecuencia, nuestra tarea evaluadora puede conllevar sesgos importantes
tanto conceptuales como procedimentales. (Kirchner, 1989).
Interesante la informacion, gracias me ayuda a tener una vision mas amplia ahora que empiezo la carrera.
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