Aunque no siempre se ha considerado de esta forma, el
estudio de la Psicología Anormal o Psicopatología es, sin duda, uno de los
pilares básicos de la EPC. De hecho, gran parte de las actividades de la EPC se
centran en la observación de los problemas y trastornos de los clientes y,
ocasionalmente, en su diagnóstico. Sin entrar en polémicas que podrían
llevarnos a discusiones eternas sobre el tema, se debe reconocer que las
oscilaciones de la Psiquiatría y de la Psicopatología entre los polos
etiológico y descriptivo en sus clasificaciones han influido de forma
determinante en los cambios producidos en los modelos de evaluación psicológica
clínica.
Los inicios de la psiquiatría descriptiva de Emil Kraepelin a finales del
siglo XIX y principios del siglo XX, la visión psicosocial de Adolf Meyer y
Karl Menninger y, por supuesto, la influencia freudiana, al resaltar el papel
del inconsciente y señalar la escasa utilidad del diagnóstico, han marcado el
desarrollo de la EPC. A partir de los años ochenta del pasado siglo XX los
esfuerzos del enfoque neo-kraepeliano, liderado por Robert Spitzer y
representado por el denominado grupo de Sant Louis (Washington University) y el
RDC (Research Diagnostic Criteria) del New York State Psychiatric Institute,
han cristalizado en la Evaluación Psicológica Clínica Introducción al proceso
de EPC, 3 sucesivas versiones del DSM. Especialmente las dos últimas: DSM-IV y
DSM-IV TR (American Psychiatric Association, 1994; 2000) y la aparición de los
manuales de la Organización Mundial de la Salud, CIE-9 y, de forma más precisa
la CIE-10 (Organización Mundial de la Salud, 1992), han marcado el devenir de
la clasificación de los trastornos mentales y han influido de forma muy notoria
en la EPC.
La inclusión de los principios prototípicos en la clasificación y la
paulatina consideración de aspectos dimensionales ha ido creando la situación
idónea para la aparición de un cierto consenso, al menos inicial, respecto a la
conveniencia de utilizar un lenguaje común y un sistema clasificatorio
compartido por todas las disciplinas implicadas en la Salud Mental. Los intentos
de la American Psychiatric Association por sistematizar la evaluación; sin
embargo, no han alcanzado el mismo éxito. Así, la Guía clínica para la
evaluación psiquiátrica del adulto elaborada por Fogel y Shellow en 1999 y
patrocinada por esta organización que podría haber significado una pauta a
seguir, no supone más que un listado de actividades a realizar y no se puede
considerar como una verdadera guía de actuación consensuada (en España ha sido
publicada por Ars Medica en 2001).
Por otra parte, se han clarificado y relativizado culturalmente los
criterios de normalidad y anormalidad. Theodore Millon, uno de los psicólogos
más influyentes de los últimos años, nos recordaba desde Harvard la importancia
de reconocer que todas las clasificaciones psicopatológicas son construcciones
sociales y que, por tanto, los criterios de clasificación siempre tendrán un
carácter ligado a la cultura predominante en cada momento y sociedad (Millon,
1996). En nuestro caso, se han señalado como criterios algunos de los
siguientes: desviación estadística de la norma; malestar personal; malestar en
terceras personas o en la comunidad; violación de normas sociales; desviación
de un ideal de salud mental; personalidad rígida e inflexible; pobre adaptación
al estrés e irracionalidad (Millon, 1996). El efecto de este tipo de criterios
sobre la EPC es evidente en la actualidad y ha contribuido a relativizar
culturalmente los procesos de evaluación y tratamientos psicológicos.
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